miércoles, 29 de diciembre de 2010

Capítulo 2

     Esa tarde, como siempre, cogí mi guitarra y me dirigí al conservatorio. Me encantaba ir allí, pero lo que más odiaba era que, como estaba un poco lejos, tardaba media hora en llegar. Normalmente iba andando, pero algunas veces mi padre me llevaba en coche. Como eso ocurría muy pocas veces, porque él siempre estaba trabajando, yo ya me había acostumbrado a llevar la pesada guitarra cada día. Aunque ese día, yo no lo sabía, pero iba a ser muy diferente.
     Salí de casa y volví a pasar por aquel camino que ya me sabía de memoria cuando alguien me llamó:
- ¡Hola! - dijo la alguien - Creo que en algunas asignaturas estoy contigo, ¿no? - Yo me di la vuelta y vi un rostro que me era familiar, cuando lo reconocí me sonrojé hasta la raíz del cabello, pero él o no se dio cuenta o no quiso decirlo:
- ¡Hola! - dije intentando que mi voz sonara firme. - Sí, en algunas clases vamos juntos.
- Soy nuevo en la ciudad, me he mudado hace poco. Me llamo Robert - se presentó.
- Yo... soy Kristie - dije.
- Bonito nombre - sonrió. - ¿Tocas la guitarra? - preguntó al ver la funda a mi espalda.
- Sí, ahora iba al conservatorio - respondí.
- ¿A sí? ¡Yo también! Me encanta tocar la guitarra. Donde vivía antes iba al conservatorio y aquí también estoy empezando a ir.
- Creo que vamos al mismo, porque es esta ciudad no hay ningún otro - dije.
     Él sonrió y yo le devolví la sonrisa. Empezamos a andar y seguimos hablando.
- ¿Cuánto tiempo llevas llendo al conservatorio? - pregunté.
-Pues hace unos cinco años - respondió. - ¿Y tú?
- Cuatro - respondí. - Ya he participado en varios concursos, en algunos he salido ganando y en otros perdiendo, aunque - dije bajando un poco la voz - en la mayoría he perdido.
     Nos pusimos ha reír, él me dijo que con la práctica todo mejoraba y que él iba a darme algunos consejo cuando no supiera algo.  Seguimos preguntándonos sobre nuestras vidas, nuestros hobbies... Como dos viejos amigos que hace tiempo que no se veían. Lo que más me había asombrado fue que yo ya dejé de tener vergüenza cuando hablaba con él.
     Después de la media hora de viaje, nos conocíamos como si fuéramos amigos de toda la vida. Robert, antes vivía en Inglaterra. Había nacido allí. Sus padres tenían planeado ir a España algún día, por lo que Robert aprendió el inglés y el español. Desde los nueve años estaba aprendiendo a tocar la guitarra y  a los once entró en un conservatorio. Hace unos meses sus padres dijeron que pronto vendrían a España y ahora estaban acostumbrándose al nuevo país.
     Las horas en el conservatorio pasaban volando. Casi, sin darme cuenta, ya eran las ocho y estaba cruzando la puerta de salida. Me lo había pasado genial y era mucho mejor tener a alguien que también tocara la guitarra y te diera consejos de vez en cuando.
     Salimos y fuera estaba nevando. El paisaje era hermoso y a  mí me encantaba cuando nevaba. Empecé a andar bajo los copos de nieve que caían. Me di cuenta de que estaba enamorada y Alice tenía razón. ¡Alice! Tenía que ir a verla, tenía que contarle todo lo que había pasado y lo feliz que estaba. Entonces me di cuenta de que Robert estaba a unos cuantos pasos de mí, mirándome con cara divertida. Pensé, que había hecho alguna estupidez, ya que siempre iba sola.
- ¿Qué he hecho? - pregunté.
- Nada, por qué has tenido que hacer algo - me respondió.
- No sé es que como yo ya estoy acostumbrada a ir sola puede que... no sé, haya hecho algo, como por ejemplo - pensé, pero no se me ocurría nada.
- No se te ocurre nada, ¿eh?
- Bueno yo no sé lo que puedo hacer - dije finalmente, y vi que ya tenía que girar a la derecha porque iba a visitar a Alice. - Yo me voy por aquí, porque voy a visitar a mi mejor amiga.
-Vale, entonces, ¿nos vemos mañana?
- Sí - respondí. - ¡Hasta mañana! - no esperé a que él me respondiera ya que salí corriendo hacia la casa de Alice. En cuanto llegué a su casa entré sin llamar, saludé a sus padres y subí a su habitación.
- ¡Alice! Tengo grandes noticias que contarte - exclamé al verla. Ella dejó lo que estaba haciendo y me miró con una sonrisa, dejé la guitarra sobre su cama, me senté en su pequeño sofá, en el que cabíamos las dos sin problemas y comencé a relatarle lo sucedido. Alice escuchó atentamente y lanzaba exlamaciones cuando hacía falta, ella me compredía, por eso y por muchas razones era mi mejor amiga.
     Cuando terminé de contarle la historia se había hecho de noche y me acompañó a casa. Llegamos a casa y de los arbustos salió corriendo Minnie, mi perra, era siempre muy cariñosa, y salía a recibirnos cuando veníamos o yo o Alice o las dos. Acariciamos su pelaje marrón chocolate y entramos en la casa. Allí salió mi hermana Erika, que era igual de cariñosa que Minnie, puede que incluso más. Erika tenía seis años y yo la quería mucho. Siempre que venía Alice a casa Erika entraba en mi habitación con nosotras, y algunas veces también con Minnie. Cuando queríamos hablar de cosas privadas , no hacía falta repetírselo cientos de veces ya que ella nos entendía y se iba a otro lugar. Aquel día Alice nos se quedó mucho ya que solo me acompañó a casa, nos despedimos de ella y entramos en casa. Cené y me fui directamente a la casa, aunque sabía que esa noche no me podría dormir. Con tantas cosas en las que pensar no había tiempo para dormir. Pero me equivoqué porque en cuanto me tumbé en la cama enseguida me dormí.

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